El estreno de la serie “La Casa de Papel: Corea”, ha reabierto el debate sobre el poder que ejerce Corea del Sur en la esfera internacional a través de películas, música y series. Recientemente, este país ha sabido jugar diversas estrategias de influencia internacional.
Frente a algunos países con actitudes imperialistas, esta influencia, se ha realizado a través de medios no invasivos conocidos como Poder Blando. El término fue definido por Joseph Nye en 1990, refiriéndose a las actuaciones tanto ideológicas como culturales de los estados para incidir en los intereses de otros actores.
En el caso de Corea del Sur, su influencia se ha basado, fundamentalmente, en la cultura popular. Es bastante conocido la cantidad de series y películas de producción surcoreana con gran relevancia internacional. Desde K-dramas (Taxi driver o Move to Heaven) hasta películas y series de crítica social (como el Juego del Calamar o Parásitos) o de “zombies” (#Vivo o Virus). Se ha incrementado el número de bandas de pop (denominado como K-Pop) escuchadas en todo el mundo, siendo algunas de las canciones o grupos más relevantes de su momento. Desde el tema “Gangnam Style”, al “Bubble Pop” de Hyuna, pasando por la banda BTS.
En las películas y series se influiría con valores sociales (de corte capitalista principalmente, aunque también con algo de crítica social) y se mostraría una imagen tecnológica (mezclada con la tradicional), pacífica, y atractiva del país. El poder blando, en este caso, se ejercería para transmitir una imagen avanzada de Corea del Sur y para la alineación con su sistema económico.
Millones de personas en todo el mundo se han rendido al K-Pop surcoreano. Los grandes grupos de música acumulan por sí solos cientos de millones de visualizaciones y descargas en plataformas de internet.
Sin embargo, el K-Pop, por sí mismo, no influiría con valores sociales profundos, pues las letras no tienen un contenido cultural o una expresión de valores tradicionales, sino que tratan de temas superficiales o sentimentales. El objetivo del K-pop (o el beneficio indirecto del mismo si se quiere) es aumentar el interés cultural por este país. Los fans, tras sentirse atraídos por la música, tenderían a conocer más sobre Corea del Sur.
Este creciente interés de los últimos años se ha traducido en un aumento de los alumnos de la lengua coreana, una mejor valoración de la gastronomía surcoreana y en general un aumento del número de turistas que desean visitar el país, lo cual englobaría los dos elementos anteriores. Todo ello aumentaría el beneficio económico de Corea del Sur y sus empresas, aunque también podrían “lavar” la imagen de la cultura capitalista por imitación, pues los integrantes de las bandas de K-Pop transmiten valores de éxito, desenfreno y atracción.
Tal es el alcance del K-Pop que Moon Jae Inn hizo embajadores honoríficos a los miembros de la banda BTS, llevándoles a la ONU hasta en dos ocasiones, apoyando la campaña “LOVE My self” de UNICEF, contra la violencia infantil (2013) o con un Cover en la misma sede (“Permission to Dance”, 1.5 millones de visualizaciones) basado en los Objetivos de Desarrollo Sostenibles. Sin embargo, esta banda respalda a marcas como Puma, denunciada por Intermon Oxfam debido a explotación infantil; Luis Vuitton, quienes han lanzado ataques a ONGs que se dedican a la protección infantil y es catalogada como una de las más contaminantes en la industria textil; o McDonald’s y Hyundai, directamente responsables del Cambio Climático actual y muy alejadas del desarrollo sostenible. Estas contradicciones no han impedido que la imagen política y cultural de Corea del Sur se haya visto favorecida por la intervención de esta banda en la ONU, dando la imagen de “cercanía” y “compromiso social” de ambas partes.
Lo que está claro es que, frente a la imagen negativa que los medios asocian de forma constante a la RPDC, Corea del Sur y su sistema económico se estarían viendo favorecidos por su estrategia de Poder Blando, tanto económica como diplomáticamente.